(Dedicado a mi padre, José Antonio Gómez Rosende, fallecido el 12 de febrero de 2014)
Muchos leoneses ignorarán que el primer cementerio que existió en la capital, construido sobre 1833 estaba situado en la carretera de Asturias, justo en el lugar en el que hoy se encuentran la antigua maternidad y el colegio de Las Anejas. Hasta entonces los difuntos eran enterrados en camposantos particulares y en los de las iglesias. Los del Hospital de San Antonio Abad, el Hospicio y San Marcos cumplían esta función en nuestra ciudad.
Corría el año 1787 cuando Carlos III expidió la Cédula Real en la que se prohibía inhumar a los fallecidos en los recintos de los templos. Esta normativa encontró una fuerte oposición por parte de la Iglesia; prueba de ello es que, en el caso que nos ocupa, transcurre casi medio siglo hasta que las autoridades municipales crean el cementerio. Los conflictos se sucedían y las autoridades eclesiásticas protestaban airadamente.
Al respecto del caso concreto del Hospital de San Antonio Abad, cuenta Miguel Laso en un interesante artículo que:
“Tanto el Obispo como el abad de la cofradía de dicho camposanto se negaban a reconocer la autoridad municipal para obligarles a que acatasen su orden y cesasen en su actividad (…)”

El cementerio decimonónico fue sucesivamente ampliado a medida que la población de la capital leonesa aumentaba. El crecimiento demográfico y la expansión de la ciudad hacia el norte, hicieron que las autoridades se plantearan la edificación de un nuevo camposanto en la zona de Puente Castro.
El cementerio actual, comenzó a construirse en 1928 y la primera inhumación tuvo lugar en 1932. Destacan en él la capilla, la columnata exterior y la puerta principal.
Curiosamente, parece que fue a situarse sobre una antigua ciudad romana en la que entre los siglos I y III d. C habitaron dos mil almas.
Quedaron atrás los tiempos en que los difuntos eran conducidos a su última morada en elegantes carrozas, negra para los adultos, blanca para los niños; hoy podemos incluso pasear virtualmente por el cementerio y acompañar de alguna manera a todos los que descansan, esperemos, en paz. Sic transit gloria mundi…
Texto y fotografía: María Gómez