En el número 3 de la Calle Ancha, a pocos metros de la Catedral, se ubica la Farmacia Merino desde el año 1901. El negocio había sido fundado mucho antes, en 1827. Gregorio Felipe Merino (1790-1862), un madrileño de orígenes andaluces se instala en un León que contaba apenas con 7000 habitantes. Primero emplaza su establecimiento en la calle Nueva (ahora denominada Mariano Domínguez Berrueta) y 20 años después se traslada a la Plaza de la Catedral. El local, situado bajo los soportales que están frente a la Pulchra, fue diseñado por el arquitecto Juan Madrazo y Kuntz quién ideó un espacio:
“(…) con muebles de nogal tallado, formando 23 huecos en forma de arcos rebajados con 32 columnas representando cada una de ellas una planta medicinal. En cada centro y parte lateral de los arcos se insertaron rosetones con bustos de botánicos y antiguos alquimistas. Además, techos artesonados y lienzos del pintor Isidoro Lozano representando alegorías de la Farmacia, la Química y el comercio, adornaban el establecimiento” (Martínez Velasco, M.L: 2009) [1]
Dámaso Merino (1828-1896), hijo de Gregorio, continuó con la tradición farmacéutica y amplió el negocio con la construcción de un almacén de “drogas” en el barrio de San Lorenzo, tras la catedral. Compaginó su labor en la farmacia con diversos cargos políticos. Su hijo, Fernando Merino, (1859-1929) perpetuó esa actividad política a nivel nacional, llegando a ser Gobernador del Banco de España y Ministro de la Gobernación. Tampoco le faltó un título nobiliario ya que, al casarse con Esperanza Mateo Sagasta y Vidal, se convirtió en el primer Conde de Sagasta. Fue Fernando quién trasladó la farmacia a su ubicación actual conservando por fortuna el mobiliario original diseñado por Madrazo. La importancia de Fernando Merino en la vida de la ciudad leonesa a finales del XIX y comienzos del siglo XX fue tal, que durante algún tiempo, la actual Calle Ancha, llevó el nombre del personaje. A pesar de vivir en Madrid, Fernando Merino no descuidaba su ciudad natal y abanderó proyectos como la Papelera Leonesa (1902) o la Sociedad de Productos Químicos (1903). Lamentablemente, el final de tan ilustre leonés fue trágico ya que se suicidó el 1 de julio de 1929, acuciado por problemas económicos y personales. Con Fernando terminó la relación entre la farmacia y la familia Merino porque su hijo, Carlos, la vendió tras la muerte de su padre. La próxima vez que pasee por la Calle Ancha visite la Farmacia Merino y pruebe a pedir sus famosas Pastillas Pectorales para la Tos, tal vez les quede algún tubo perdido…
Texto: María Gómez
Fotografía: María Gómez y Antonio Juárez